Por años, México se consideró exclusivamente un país expulsor y de tránsito (y en menor medida, de retorno). En tiempos recientes se ha consolidado, a partir de la recurrencia de las caravanas, como un país de destino. Estamos ante distintas transformaciones regionales, fundamentalmente por la forma en que se han agrupado habitantes centroamericanos para intentar llegar a la frontera de Estados Unidos. Esto ha desencadenado políticas de contención migratoria puestas en marcha por ese país mediante “acuerdos de asilo” con México, Guatemala, Honduras y El Salvador. La contención ha dado lugar a un aumento en las solicitudes de asilo en México, además del numeroso grupo que es obligado a esperar en la frontera norte por sus cortes de inmigración en EUA, siguiendo los lineamientos del programa “Quédate en México.”

Por otro lado, la cobertura mediática de las caravanas en el país evidenció el grave problema de la discriminación y el racismo en México. Entendemos que, en estos tiempos de globalización, la interacción con personas distintas a nosotros es casi un hecho. Estos encuentros con la otredad producen miedo y rechazo, pues, no siempre estamos dispuestos a aceptar algo que es distinto a nosotros. Esta actitud ha decantado en una crisis de derechos humanos basada en el prejuicio, el racismo y la discriminación. Nos es necesario construir espacios de encuentro en donde podamos resignificar la otredad y reconocer los potenciales humanos que implican aceptar una diversidad cultural, generacional, sexual y de género.